Por aquel entonces -de eso ya casi tres años- tu mente, tu cuerpo y alma estaban en otra parte.
La puerta estaba abierta y en pocos días habrías de emprender el vuelo. Tu partida de casa fue inminente...
Esa navidad, medio por obligación me diste ese libro que no tenía ninguna relación conmigo, pero que al parecer era una excusa perfecta para ocultar tus otras preocupaciones.
Fingí interesarme por el título, pero no me resultó.
Días después, como siempre, no aguanté la tentación de tirártelo a la cara...
Ni las Reina Luisa que compraste para la mesa de Año Nuevo, en la que estuviste obviamente ausente, pudieron con ese inconmensurable vacío que había empezado a revestir cada centímetro de esa distancia inequivocable entre tú y yo.